Un principe real
Hubo en algun tiempo un joven principe, que no se sentía ni creía principe.
Vivía en palacio, disfrutaba de las comodidades de la vida, de los manjeres puestos sobre mesa y los deleites que pudiese soñar. Siempre destacó de entre sus 7 hermanos, por su voz, su porte, su testarudez y gran virtud de soñador. El pueblo no le hallaba gracia, los reyes lo condenaban a la realidad mas él con inusual desapego ignoraba el opinar y se acompañaba de su soledad inagotable e inalienable. Desde niño soñaba con luchar en grandes batallas, soñaba con la gloria, él sabía que su destino ya estaba trazado, sabía que no podía huírle, estaba destinado a ser siervo del futuro a vivir en pos de su ideal. Novato y debil, niño y con una cabeza llena de locas ideas del mañana, preparo con sus delicadas manos el arma que le ayudaría a ser renombrado.
Cada mañana antes del amanecer, acuclillado en su extenso campo floreado saboreaba una taza de te con miel, y de vez en vez se le dibujaba una pequeña sonrisita al ver la diafanidad del cielo. Con las manos tibias comenzaba su labor, quería la mejor espada, no tenía material, no tenía conocimientos, si tenía 13 años y ganas de ser alguien.
Sin saber como, el pueblo le comenzó a observar, su nombre ya era un murmullo en la mediana ciudad, y a los 16 años, con sus armas de jugar estaba decidido... él quería pelear.
Nunca pensó que su nombre sería reemplazado, ni que en el corazón de la gente quedaría grabado como el gran: Cuenta Cuentos. No dimensionó lo lejos que íba a llegar y que sus hazañas nunca se dejarían de pregonar, asi como se destaco por pelear tambien lo hizo por volver del campo de batalla con las manos llenas de valor y verdad para luego rodearse de niños quienes deseosos le esperaban para que les pudiera contar sus historias, sus relatos, sus cuentos del batallar.
Su duro e intenso entrenamiento, en pocos años lo volvió un maestro espadachin, logicamente pensó y concretó su nueva arma, su nueva espada, con sus manos forjo su mejor amiga. Hecha de los mejores materiales, con la mejor dispocición, y la pasión que se enciende en el pecho de un joven con un firme ideal.
Luchó, ganó, perdió, vivió...
fué feliz, de un modo inusual, no como suele serlo un principe,
no como debía pero si como quizo.
Antes de partir de este mundo, de que su semblante decayera, antes que sus parpados se cerraran en un mágico y eterno adios, logró verla entre sus pensamientos, recordó haberla cruzado en su vida, miraba su largo y rizado cabello, esa forma de entonación, y escuchaba su voz a lo lejos cantando aquella interminable canción...
Vivía en palacio, disfrutaba de las comodidades de la vida, de los manjeres puestos sobre mesa y los deleites que pudiese soñar. Siempre destacó de entre sus 7 hermanos, por su voz, su porte, su testarudez y gran virtud de soñador. El pueblo no le hallaba gracia, los reyes lo condenaban a la realidad mas él con inusual desapego ignoraba el opinar y se acompañaba de su soledad inagotable e inalienable. Desde niño soñaba con luchar en grandes batallas, soñaba con la gloria, él sabía que su destino ya estaba trazado, sabía que no podía huírle, estaba destinado a ser siervo del futuro a vivir en pos de su ideal. Novato y debil, niño y con una cabeza llena de locas ideas del mañana, preparo con sus delicadas manos el arma que le ayudaría a ser renombrado.
Cada mañana antes del amanecer, acuclillado en su extenso campo floreado saboreaba una taza de te con miel, y de vez en vez se le dibujaba una pequeña sonrisita al ver la diafanidad del cielo. Con las manos tibias comenzaba su labor, quería la mejor espada, no tenía material, no tenía conocimientos, si tenía 13 años y ganas de ser alguien.
Sin saber como, el pueblo le comenzó a observar, su nombre ya era un murmullo en la mediana ciudad, y a los 16 años, con sus armas de jugar estaba decidido... él quería pelear.
Nunca pensó que su nombre sería reemplazado, ni que en el corazón de la gente quedaría grabado como el gran: Cuenta Cuentos. No dimensionó lo lejos que íba a llegar y que sus hazañas nunca se dejarían de pregonar, asi como se destaco por pelear tambien lo hizo por volver del campo de batalla con las manos llenas de valor y verdad para luego rodearse de niños quienes deseosos le esperaban para que les pudiera contar sus historias, sus relatos, sus cuentos del batallar.
Su duro e intenso entrenamiento, en pocos años lo volvió un maestro espadachin, logicamente pensó y concretó su nueva arma, su nueva espada, con sus manos forjo su mejor amiga. Hecha de los mejores materiales, con la mejor dispocición, y la pasión que se enciende en el pecho de un joven con un firme ideal.
Luchó, ganó, perdió, vivió...
fué feliz, de un modo inusual, no como suele serlo un principe,
no como debía pero si como quizo.
Antes de partir de este mundo, de que su semblante decayera, antes que sus parpados se cerraran en un mágico y eterno adios, logró verla entre sus pensamientos, recordó haberla cruzado en su vida, miraba su largo y rizado cabello, esa forma de entonación, y escuchaba su voz a lo lejos cantando aquella interminable canción...
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