Las cosas que no se entienden [?]
Ella no entendía la vida y casi no se esforzaba por entenderla pues sabía el malgastar de tiempo que eso conllevaba.
Solía disfrutar de la soledad en aquellos momentos en que toda esa gente se largaba, en que toda su gente se llenaba de trabajo u ocupaciones que daban rienda suelta a sus momentos de soledad más lugubres y diáfanos.
Coquetaba con las flores que se cruzaban por sus pies, se lanzaba al pasto como si fuese una piscina llena de caramelos en diferente gama de rojos y cruzaba la frontera de la cordura por mera diversión.
Sin embargo, un día cualquiera apareció frente a sus ojos quien estuvo siempre frente a sus ojos, le miró pero no reconoció rasgo alguno, siguió su rumbo y sonrió.
Caminó por muchos valles, escaló diversas montañas, cabalgo por caminos lejanos y apartados los primeros con los posteriores, trazo una ruta en ese mapa con olor a nuevo y decidió aventurarse a la nada, esperando precisamente todo.
Al inicio no hubo buenos ni malos resultados, simplemente se limitaba a ser NULO todo intento de alcanzar y encontrar el todo en el nada.
Pero paso el tiempo, otoños, solsticios, atardeceres anaranjados violaceos, niebla espesa, musgo humedo bajo sus frios y escamosos pies.
Pasaron ríos, cientos de arcoiris sobre su faz hasta que de pronto con la total naturalidad de una historia sin futuro llego algo que ella procuro no llamar todo, pues siempre creía que vendría algo más y así fué, pero que va eso es demasiada historia para pocas ganas de narrar hoy.
Apareció con su mirada morena, con manos laboriosas y sonrisa amplia llena de gracia, imitando un día soleado de verano.
No tenía más dinero que el viejo amor que ella sintió, ni mejores opciones, no tenía ni tuvo nunca más centimetros a su favor, ni más impresión de hombre rudo, pero existía algo extraño en él, algo que no era ni mejor ni peor, sólo cosas diferentes.
Este hombre derramaba dulzura, palabras llenas de sinceridad y amor constructivo, lealtad en sus pasos y un brillo en los ojos que no se puede siquiera comparar, su sonrisa pulcra, perfecta construida con minuciosidad divina, reflejaba sólo una cosa, este hombre sabe de la vida y jamás pierde la sonrisa.
Ella le contempló largo rato, sin pensar en el mundo exterior y el hablaba con entusiasmo, devolviendo cada mirada con alegría y devoción.
Pero de pronto hubo un momento en que la conexión fue tanta, que no pudo evitar las ganas de imaginarle en un beso humedo, rostro a rostro, piel a piel, labio a labio, se sorprendió tanto de su extraño sentir, que súbitamente se puso en pie y dijo: Nos vemos, me tengo que ir.
Solía disfrutar de la soledad en aquellos momentos en que toda esa gente se largaba, en que toda su gente se llenaba de trabajo u ocupaciones que daban rienda suelta a sus momentos de soledad más lugubres y diáfanos.
Coquetaba con las flores que se cruzaban por sus pies, se lanzaba al pasto como si fuese una piscina llena de caramelos en diferente gama de rojos y cruzaba la frontera de la cordura por mera diversión.
Sin embargo, un día cualquiera apareció frente a sus ojos quien estuvo siempre frente a sus ojos, le miró pero no reconoció rasgo alguno, siguió su rumbo y sonrió.
Caminó por muchos valles, escaló diversas montañas, cabalgo por caminos lejanos y apartados los primeros con los posteriores, trazo una ruta en ese mapa con olor a nuevo y decidió aventurarse a la nada, esperando precisamente todo.
Al inicio no hubo buenos ni malos resultados, simplemente se limitaba a ser NULO todo intento de alcanzar y encontrar el todo en el nada.
Pero paso el tiempo, otoños, solsticios, atardeceres anaranjados violaceos, niebla espesa, musgo humedo bajo sus frios y escamosos pies.
Pasaron ríos, cientos de arcoiris sobre su faz hasta que de pronto con la total naturalidad de una historia sin futuro llego algo que ella procuro no llamar todo, pues siempre creía que vendría algo más y así fué, pero que va eso es demasiada historia para pocas ganas de narrar hoy.
Apareció con su mirada morena, con manos laboriosas y sonrisa amplia llena de gracia, imitando un día soleado de verano.
No tenía más dinero que el viejo amor que ella sintió, ni mejores opciones, no tenía ni tuvo nunca más centimetros a su favor, ni más impresión de hombre rudo, pero existía algo extraño en él, algo que no era ni mejor ni peor, sólo cosas diferentes.
Este hombre derramaba dulzura, palabras llenas de sinceridad y amor constructivo, lealtad en sus pasos y un brillo en los ojos que no se puede siquiera comparar, su sonrisa pulcra, perfecta construida con minuciosidad divina, reflejaba sólo una cosa, este hombre sabe de la vida y jamás pierde la sonrisa.
Ella le contempló largo rato, sin pensar en el mundo exterior y el hablaba con entusiasmo, devolviendo cada mirada con alegría y devoción.
Pero de pronto hubo un momento en que la conexión fue tanta, que no pudo evitar las ganas de imaginarle en un beso humedo, rostro a rostro, piel a piel, labio a labio, se sorprendió tanto de su extraño sentir, que súbitamente se puso en pie y dijo: Nos vemos, me tengo que ir.
Comentarios
Publicar un comentario
... Somos esclavo de lo que decimos y dueños de lo callamos ...